Una de las cosas más difíciles que algún ingeniero se atrevería a hacer es echar a la basura meses de trabajo, pero en los seis años que Dan Hughes pasó construyendo en absoluto aislamiento una nueva alternativa a blockchain, lo hizo. Dos veces, por lo menos.
Como la mayoría de los perfeccionistas que se antojan de metas casi inalcanzables, Hughes ha creado una nueva versión del libro contable subyacente que soporta Bitcoin, la criptomoneda creada por Satoshi Nakamoto, el desarrollador anónimo que lo comenzó todo. Su objetivo es la transformación completa de intercambio de datos y transacciones en todo el mundo, y posiblemente, sentar las bases para la Internet del futuro.
La soledad suele concebir grandes ideas
El cuartel general de Hughes se ubica en Stoke, Inglaterra, una tranquila ciudad al norte de Londres a donde llegas luego de dos horas en tren. Pocas empresas de tecnología tienen oficinas en este antiguo pueblo minero, entre los que se encuentran el gigante de las telecomunicaciones Vodafone y la compañía de juegos de azar en línea Bet365. Al lado del gris edificio donde se halla el escondite de Hughes están sus vecinos del Newcastle Bridge Club, en una calle bastante tranquila. Tan tranquila y apacible que le permitió a este ingeniero de 39 años idear fórmulas altamente complejas con una distracción mínima.
Los ingenieros y programadores suelen ser un grupo aislado. Al mejor estilo de Silicon Valley, se encierran durante meses en algún sitio remoto hasta sacar a la luz sus proyectos. No es de extrañar que algunos de los servicios de tecnología más exitosos hayan comenzado de esta forma. Los creadores de WhatsApp se negaron a asociarse con otros fundadores de tecnología, ni se presentaron en eventos, antes de que, repentinamente, fueran comprados por Facebook por US$ 19 mil millones. La plataforma de comunicaciones Skype tuvo comienzos similares, aislados en Estonia.
Adiós blockhain. Bienvenido Radix
Hughes, quien anteriormente ayudó a construir el software de comunicaciones en campo cercano (NFC) para los pagos móviles, apenas está empezando a dejarse ver. Ha atraído US$ 1 millón en inversión de un importante capitalista de riesgo europeo y cuenta con más de 19.000 seguidores en Telegram, una aplicación que se ha vuelto popular entre los entusiastas de blockchain.
Hace poco, ocho ingenieros se reunieron a colaborar con él en Stoke, llegando desde Argentina, Australia y otros lugares del planeta. A eso hay que sumarle un equipo de diez personas en Londres que también participan en el proyecto. Esta gente tiene entre manos una idea tan avanzada, que cuando sea lanzada a finales de 2019 (tentativamente), esperan dejar atrás, por mucho, a blockchain, Bitcoin y todo lo que se le parezca. Le pusieron por nombre Radix.
La palabra “blockchain” se escuchó de manera insistente en el espacio tecnológico durante 2017. Desde entonces, la exageración de los medios ha ido cediendo un poco, dando paso a posturas mejor ponderadas, e incluso críticas, acerca de esta innovación. En enero, la firma de consultoría de negocios McKinsey & Company publicó un informe donde señala que la mayoría de los proyectos corporativos en torno a la tecnología de las cadenas de bloques siguen atascados en sus etapas iniciales.
El potencial percibido de blockchain ha sido puesto a prueba por sectores que van desde los servicios financieros, el cuidado de la salud y las artes plásticas, encontrando más de cien casos de uso para esta tecnología. Los resultados más prometedores con blockchain se han obtenido en el almacenamiento de información, la eliminación de intermediarios y la habilitación del intercambio de datos estandarizados entre compañías.
Una aspiradora monumental de dinero
Enormes cantidades de efectivo se han invertido hasta ahora en startups de blockchain. Sólo en 2017, el capital de riesgo puesto en tales empresas estuvo cercano a los US$ mil millones. Según Outlier Ventures, en 2018 esa cifra se incremento en un 316 por ciento, para ubicarse en US$ 2,85 mil millones. El legendario gigante de tecnología IBM ha gastado hasta ahora más de US$ 200 millones una solución basada en blockchain para el uso compartido de datos. Google ha venido trabajando en cadenas de bloques desde 2016, y el sector financiero destina cada año unos US$ 1,7 mil millones a nuevas tecnologías. Desafortunadamente, los logros no han sido proporcionales.
El gran problema de la tecnología blockchain es su escalabilidad. Millones de personas usan tarjetas de crédito todos los días, pero la cadena de bloques original, base del funcionamiento de Bitcoin, sólo es capaz de manejar unos pocos cientos de transacciones de tarjetas de crédito a la vez, y esto es un gran impedimento para su adopción general. La plataforma pionera en contratos inteligentes Ethereum ha enfrentado una situación similar. A fines de 2017, los usuarios de la popular aplicación distribuida CryptoKitties hicieron colapsar la red gracias a la fiebre que despertaron los gatitos digitales coleccionables.
Divide y vencerás, versión de Dan Hughes
Hughes cree que la respuesta está en la fragmentación, o el proceso de dividir un libro mayor distribuido en millones y millones de partes. Su startup Radix, donde funge como CTO, es un libro mayor descentralizado y fragmentado que pretende convertir a blockchain en cosa del pasado. El punto fuerte de Radix es precisamente su escalabilidad: la red puede, al menos teóricamente, procesar cientos de millones de transacciones de forma simultánea. De tener éxito, las cadenas de bloques, tal y como se las conoce ahora, dejarán de existir.
Saul Klein, que dirige LocalGlobe, una firma de capital de riesgo en Londres, cree en Radix lo suficiente como para haber invertido US$ 1 millón en la compañía el año pasado. En su opinión, la arquitectura de internet será eventualmente “rediseñada” por las cripto redes. «La última vez que tuve una experiencia así fue cuando conocí a los chicos en Estonia cuando desarrollaron Skype», dice Klein respecto a haber entrado en contacto con Hughes. Fue gracias al compromiso mostrado por éste, que Klein decidió invertir en Radix. «Tener ese nivel de convicción y concentración es increíblemente difícil de hacer dentro de una cámara de eco», dice.
Escribir, programar, probar. Repetir
Hughes se inspiró en el código original detrás de Bitcoin, pero construyó Radix y su protocolo subyacente, Tempo, desde cero. La parte convencional del viaje tecnológico de Hughes fue entrar en Y Combinator, un prestigioso programa de Silicon Valley para fundadores de startups, en 2017. Gracias a ellos tuvo acceso a una red de firmas de capital de riesgo y fundadores de startups, a lo que Hughes se refiere como un anecdótico golpe de suerte. El verdadero trabajo provino de horas pasadas frente a un banco de monitores, escribiendo código, desechándolo y escribiéndolo de nuevo.
«Las mejores mentes trabajan de manera aislada», dice Hughes, quien es de constitución delgada y habla con un acento del norte de inglés. Escuchó sobre Bitcoin por primera vez en 2011 y un año más tarde se las arregló para conseguir el whitepaper de Nakamoto, un documento de 15 páginas donde se esbozaba el inicio de lo que ahora es considerada una revolución tecnológica.
Hughes jugó un poco con el código, intentando modificar su arquitectura en un proceso conocido como bifurcación. Detectó las fallas y se dio cuenta de que mientras más personas utilizaran Bitcoin para las transacciones, el sistema se volvería más lento, algo que acaba de suceder, por cierto. Dado el reciente aumento del precio de Bitcoin, el número de transacciones en la red se disparó, y muchas operaciones quedaron atascadas varios días, esperando por confirmación.
Dan Hughes estaba decidido a mejorar la propuesta de Satoshi Nakamoto, construyendo una versión propia. En 2012 cambió su pequeña oficina de casa por el comedor, un lugar más amplio. Allí instaló unos cuantos servidores, archivadores, pizarrones y un enjambre de monitores. Durante los siguientes seis años, Hughes trabajó incansablemente todos los días, escribiendo código desde que se despertaba hasta bien entrada la madrugada. Vivió como pudo, gastando parte de sus ahorros y algunos dividendos que le reportaba sus inversiones en tecnología móvil.
Algunas veces sintió que todo ese esfuerzo no le estaba conduciendo a ninguna parte; el problema de escalabilidad de blockchain parecía no tener solución. Uno de esos momentos de depresión llegó luego de haber estado trabajando sin parar por 18 largos meses, al reconocer dolorosamente que debía comenzar todo de nuevo. El dinero se agotó, entonces Hughes y su esposa vendieron su antigua casa de cuatro habitaciones y se instalaron en una más modesta, de dos.
Un amor temprano por la programación
Dan vivió toda su infancia en Stoke, y desde siempre fue una persona muy creativa. Pasaba los fines de semana en clubes de trabajadores, con su padre, rodeado de sindicalistas que jugaban bingo y lanzaban dardos mientras tomaban grandes sorbos de cerveza rubia. Un buen día sucedió algo que marcaría el destino de Hughes: su papá, que trabajaba como chofer de autobús, había llevado a casa una computadora Sinclair Zx81, y eso bastó para que el niño Hughes, de sólo cinco años en ese entonces, comenzara un idilio con el mundo de la programación que ha perdurado hasta el día de hoy.
Finalmente, a principios de 2017, Hughes pudo dar con la alternativa más simple a la blockchain de Nakamoto que fuera capaz de idear. Agregar más complejidad a la cadena de bloques original hubiera sido empeorar algo que, de por sí, necesitaba arreglarse. El protocolo Tempo, la cuarta versión de lo que Hughes comenzó a construir en 2012, recicla sólo alrededor del 10% de cualquiera de los códigos que escribió en los últimos seis años. Después de mudarse a su nueva oficina en 2017, a este ingeniero le costó aproximadamente seis meses volver a tomar el ritmo de su anterior estilo de vida.
Todo está por cambiar, de nuevo
En los actuales momentos, la red Radix está sufriendo una “prueba de manejo” a cargo de desarrolladores y algunos de sus primeros usuarios: Metalyfe, un navegador web encriptado, que intenta usar apoyarse en Radix como su plataforma de ejecución, y Pillar, una billetera de criptomonedas que, según el CEO de Radix, Piers Ridyard, planea crear aplicaciones en la red. Pillar es una startup de blockchain que ha logrado recaudar US$ 30 millones para su desarrollo.
Acostumbrado a ser un individuo de bajo perfil, Hughes admite que su cara no es muy conocida todavía en el ecosistema. Si Radix es capaz de entregar lo que promete, ésa es una de las primeras cosas que, drásticamente, van a cambiar.